Han
pasado ya muchas semanas desde que aquel esperado yate tocó las costas
manzanilleras, según habían anunciado por aquel entonces, sería la
primera de muchas veces que el yate regresaría a la ciudad.
Los
manzanilleros apilados por cientos en un improvisado (no por
desconocimiento) recibidor o pequeña terminal marítima, a la espera de
aquel momento, aquel día la ciudad vivió una escena grotesca, ridícula y
penosa, pues como lo critiqué en su momento, me pareció vergonzoso que
los manzanilleros recibieran aquel reducido grupo de turistas,
encabezados por la embajadora de Grecia, como si fuesen extraterrestres
bajando de una nave nodriza, ¿qué dirían nuestros bisabuelos de tal
escena dantesca?, una ciudad cuyo pasado de tan solo 60 años atrás
comerciaba directamente con Europa y América mediante su puerto, el
mismo puerto que ya nos han arrancado, como si fuera un estigma que
había que borrar como un mal recuerdo de un pasado glorioso.
Aunque
parezca que me he desviado del tema central, no lo he hecho, pero era
necesario aclarar ciertas cosas que nosotros los cubanos lamentablemente
vamos olvidando, por desgracia hemos olvidado cosas terribles de
nuestra historia reciente, pero retomando el tema del yate, se nos dijo
casi como una promesa que el yate visitaría la ciudad un par de veces al
mes, trayendo la esperanza de un mejor desenvolvimiento de la economía
local, pero desde aquel día solo han volado las gaviotas frente a las
costas del malecón manzanillero.
Y
por desgracia, nuevamente seguimos en esta larga letanía esperando un
futuro que no acaba de llegar, mientras las prometidas reparaciones de
nuestros más emblemáticos edificios quedan en el olvido, quizás
justificadas injustamente de un desastre ocurrido demasiado lejos hacia
al oeste ó simplemente por lo de siempre: la desdicha de ser la única de
las ciudades cubanas a la que se le arrebató su desarrollo en época
revolucionaria en pos del desarrollo de la capital de una ficticia
provincia por la que nunca nos hemos sentido del todo identificados.
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