El domingo último se celebraron en Brasil la primera vuelta de las elecciones generales, en los reportajes de las cadenas de noticias vi algunas declaraciones de ciudadanos brasileños que inspiraron este comentario. Resulta que una parte del pueblo brasileño quiere un cambio cuyo epicentro es un cambio en el gabinete, pero como es posible que tantas personas quieran cambiar el gobierno cuando el Partido de los Trabajadores en el poder erradicó la pobreza en varios millones solo en una década al mando, el propio partido aumentó la inversión social, posicionó a Brasil como una potencia en ascenso en el marco de los llamados BRICS y otros tantos ejemplos sustanciales que evocan las grandes saltos de los presidentes Lula da Silva y Dilma Roussef, pero ¿Por qué ahora quieren un cambio?
Los pueblos somos ingratos y malagradecidos, en ocasiones nos cansamos de los mismos discursos políticos aún cuando nos favorecen en mayoría, otras no sabemos valorar lo que tenemos, los ejemplos sobran, somos tan malagradecidos que en ocasiones no queremos dar gracias a quienes nos ponen un plato de comida a la mesa.
La ingratitud es otra de nuestras grandes características como seres humanos, la misma ingratitud que nos ciega en guerras que intentan acabar con el único rincón con vida en medio de la nada.
Los pueblos somos ingratos y malagradecidos, en ocasiones nos cansamos de los mismos discursos políticos aún cuando nos favorecen en mayoría, otras no sabemos valorar lo que tenemos, los ejemplos sobran, somos tan malagradecidos que en ocasiones no queremos dar gracias a quienes nos ponen un plato de comida a la mesa.
La ingratitud es otra de nuestras grandes características como seres humanos, la misma ingratitud que nos ciega en guerras que intentan acabar con el único rincón con vida en medio de la nada.
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